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miércoles, 30 de enero de 2013

Crónica: una muerte anunciada

Vivir cada día como si fuera el último

PAULA OLVERA- Cuando una se plantea estudiar Periodismo, no tiene ni idea de las personas a las que entrevistará. Tampoco sabe a ciencia cierta, la entereza que necesitará para tratar algunos temas. La historia que me dispongo a contar es, sin duda, una de las más tristes que he experimentado en la piel de una futura comunicadora.  Y es que, una puede soñar con ser la mejor periodista, pero antes de eso, es persona y determinados sucesos afectan emocionalmente.


Todavía me duele al recordar. El destino, puso en mi camino a una mujer de 88 años, la cual prefiero mantener en el anonimato por respeto a sus familiares y amigos cercanos. Lo primero que me dijo fue: “Muchachita, haz el favor de alcanzarme esa revista”. Yo me encontraba en el otro extremo de una habitación del Hospital San Rafael de los Hermanos de San Juan de Dios. A pesar de que no había visto su rostro porque la habitación estaba separada por una cortina, me acerqué inmediatamente al poyete de su ventana para alcanzarla la revista francesa Paris Match. A partir de este momento, comienza una historia que, como he dicho, es difícil de contar y, mucho más, de vivir en primera persona. El motivo por el cual yo me encontraba en aquella habitación 255 no quiero mantenerlo en secreto, pero tampoco voy a profundizar mucho por deferencia, en este caso, a mis seres queridos. Mi abuela, al igual que esa mujer, se encontraba enferma.

Era septiembre de 2012. Ya casi el mes llegaba a su fin. En la calle hacía buen tiempo, pero en cambio, en ese lugar hacía mucho frío. Un frío triste. Me encontraba en la zona de cuidados paliativos o para que todo el mundo lo entienda (a pesar de que a mí no me gusta designarlo de esta manera) en la zona de enfermos terminales de un hospital madrileño. Todos sabréis que los cuidados paliativos son las atenciones que recibe una persona enferma cuando ya se encuentra en una fase avanzada de una enfermedad. Esta señora estaba muy enferma, tenía un cáncer horrible que me duele hasta escribirlo, cáncer de vulva. Dichoso cáncer. Llegados a este punto de la crónica, lo apropiado sería que insistiera al lector en que abandonara esta lectura porque nadie tiene tiempo hoy en día para leer temas duros. A pesar de esto, creo que la experiencia que tuve hace unos meses es una lección de vida para compartir con todos. El cáncer se puede superar y vencer de muchas maneras. Puedo aceptar que arrebate vidas, pero deja, por norma general, actitudes impecables de las personas que padecen la enfermedad. Muchas veces, me preguntaba cómo una persona en sus últimos suspiros podía tener tanta fuerza de voluntad, tantas ganas de vivir. Y, sobre todo, cómo alguien tan débil es capaz de animar a quien le visite. Supongo que es cosa de mayores y que todavía me queda mucho por entender de esta vida.

La protagonista de esta historia llevaba enferma desde hacía cinco años atrás en los cuales había luchado con todos sus medios para intentar vencer a la enfermedad. Y yo creo que lo hizo. Al principio, cuando tienes síntomas que bien pudieran tornarse en graves, nadie le otorga importancia. Por eso, este texto sirve también para hacer un llamamiento a todas las personas que se encuentren indispuestas y crean no tener tiempo para acercarse a una revisión médica rutinaria. La prevención es muy importante y salva vidas. Permite a los médicos detectar enfermedades en estado inicial y tratarlas lo antes posible. Sé que muchas veces (y sobre todo las personas de edad avanzada), tienen miedo de acudir a consulta porque siempre se les detecta alguna dolencia aunque ellos crean que se encuentren sanos. No obstante, yo les animo para que acudan a sus médicos porque con la salud no se juega.

En el año 2012 llegó la peor de las noticias para esta señora: su enfermedad era irreversible y tenía que hacerse a la idea de su ingreso en un hospital para que los médicos utilizaran tratamientos especiales. Unos tratamientos destinados a mejorar la calidad de vida de los pacientes y evitarles su sufrimiento. No soy médica, pero he podido comprobar de primera mano, cómo lo que esta protagonista denominaba “chupitos” surten su efecto y la persona enferma no tiene dolores. Siempre he dicho que el personal sanitario se merece un homenaje porque están preparados no sólo para cuidar y atender a quienes permanecen postrados en las camas sino para aceptar día a día cómo se degeneran.

Ahora que marco cierta distancia con este suceso, no sé cómo explicar la sensación que me produjo ver cómo esta mujer sabía que se iba a morir. Muchos de los aquejados que cruzan en una camilla el cartel de “cuidados paliativos” son conscientes de que su enfermedad no tiene solución y que lo único que pueden hacer es esperar la muerte. ¿Cómo podemos los demás interpretarlo? ¿Qué se dice en estos casos? Por normal general, los pacientes son visitados por psicólogos que intentan hacerles entender lo que a los demás se nos queda corto de palabras. En mi caso, la única frase que salía por mi boca cuando abandonaba la puerta de aquella habitación era que estaba siendo testigo de un sufrimiento innecesario. Era tan ignorante de pensar que cuando una persona sabe su destino, no merece la pena seguir adelante. Pero estaba equivocada, y mucho. En esos momentos es cuando una persona más necesita sentirse activa y conseguir una sonrisa de los demás.

La forma de afrontar la enfermedad de esta mujer merece un punto y aparte. Utilizaba con sátira aquello de “vive cada día como si fuera el último”, aplicándolo hasta extremos que jamás me hubiera propuesto contar aquí.  Tenía sus días buenos y sus días malos, no obstante, cada vez que la veía transmitía muchas ganas de vivir.

Un día me comentó que siempre le había gustado estudiar Periodismo, que desde pequeñita amaba la comunicación. Una bombilla imaginaria se encendió en mi cabeza y me di cuenta que tenía ante mis ojos a una fuente directa de acontecimientos acaecidos en España que yo tuve la suerte de no vivir, como la guerra civil española. Por eso, decidí entrevistarla. Ella en ningún momento se negó, es más, la pareció una idea fabulosa porque la encantaba hablar y contar cómo había sido su vida. Al final, la charla no se convirtió en la típica fórmula de pregunta-respuesta, no fue al uso, porque la mujer se dedicaba a narrar, extraviándose del tema en muchas ocasiones. A pesar de esto, a mí me encantaba escucharla, no sólo como futura profesional de los medios sino como persona interesada en la vida de los más mayores. Y es que tristemente, ¿a cuántos mayores nadie les escucha? Muchos están solos, como era el caso de nuestra protagonista antes de registrarse en el hospital. Sin hijos, sin un amor fijo, en definitiva, sola. Y eso la hacía llorar porque es muy triste pasarte tus últimos días postrada en una cama sin nadie que te traiga bombones o te sujete la mano para decirte que todo saldrá bien, aunque sea mentira.

Nacida en 1924, con tan sólo 12 años vivió la Guerra Civil en sus propias carnes. Una guerra cruenta que destrozó tantas familias e hizo tanto daño en el país. Aunque, según la protagonista, lo peor fue la postguerra porque no había alimentos y se precisaba de las cartillas de racionamiento. Ahora entiendo porque muchas veces los más mayores nos llaman consumistas. A ellos les ha tocado vivir una época en la que llevarse un trozo de pan a la boca era toda una alegría. Ella se estremecía al recordar su infancia porque hay cosas que no cambian. Que siguen ahí, que te acompañan a lo largo de tu vida para que siempre tengas una imagen borrosa de todo lo que has vivido y no te olvides de quién has sido, y en lo que te puedes convertir. Una habilidad de esta señora la llevó a desarrollar su vida en el extranjero, concretamente en París. Se convirtió en una excelente modista que ha trabajado junto a los mejores diseñadores que te puedas imaginar. Agradecía todo a sus manos porque la habían llevado al éxito. Aunque en realidad, sentía que su verdadera vocación se había frustrado porque era la de ser comunicadora. De todos modos, vivió la vida que consideró en cada momento. A pesar de que no tuve tiempo para preguntarla por todas sus hazañas, me dio la sensación de que esta mujer no había perdido ni un solo tren. Aunque, quizás, se dio cuenta en el último momento de su existencia que esos trenes los cogía en estaciones equivocadas. Siempre añoraba su tierra, su España querida, y a su equipo de fútbol, el Real Madrid. Llegó hasta pedir a los enfermeros del hospital que la llevaran a ver un partido que se disputó en octubre en el Santiago Bernabéu.

Antes de realizar la entrevista, me convertí en una de sus fuentes de información. A pesar de ser una persona con profundas convicciones religiosas, era capaz de leer por la mañana tres periódicos de distinta ideología y en diversos idiomas. Eso sí, cada vez que leía una noticia referida a la crisis, soltaba aquello de “en mis tiempos, eso no pasaba”, muy típico de las personas mayores.

Recuerdo que las últimas palabras que me dijo fueron que la próxima vez que acudiera al hospital, trajera un texto escrito por mi puño y letra para saber si iba a ser o no una buena periodista. Pasado un mes de estas palabras, realicé una llamada telefónica a la habitación donde se encontraba para felicitarla la inminente Navidad. Nadie respondía. Ilusa de mí, llamé extrañada a la centralita de gestión de paliativos y me comunicaron que había fallecido hace dos semanas.

Al día siguiente, cuando abrí los ojos, las cosas eran totalmente distintas. Los 88 años de esta persona se habían esfumado, y con ellos, sus millones de ilusiones y sueños de infancia. Recordaba sus palabras porque decía que la gente estaba bastante confundida. Confundida con lo que querían, con lo que buscaban, con sus metas y sus objetivos. Y tenía razón porque lo único que hay que hacer es aprender de todo, hasta de los problemas ajenos y los mayores que cuentan batallitas. Y eso hice, transcribiendo aquella entrevista y obteniendo estos resultados. Quizás no sea la mejor crónica que hayas leído, pero a veces, las historias reales, permiten que los sentimientos afloren mucho más rápido. Puedes ganar o no la batalla al cáncer o a cualquier otro tipo de enfermedad, pero siempre que tengas una actitud positiva, quedará un resquicio de esperanza.

Y la maquina se paró y su corazón pareció esfumarse como la rosa que se marchita en el peor de los momentos. Pensé que todo había acabado, pero ella estaba más viva que nunca. Me sonrió como siempre, me demostró una vez más la gracia que tenía. Respiré para mis adentros y comprendí bastantes cosas.

De forma inusual, quiero dedicar este texto a la memoria de mi abuela y a la protagonista de esta historia, su compañera de habitación, porque fue un privilegio pasar mi tiempo con ellas.


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