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viernes, 13 de octubre de 2017

Crítica: libro “Cibercultura y civilización universal"

Descubriendo conceptos 

PAULA OLVERA- “Cibercultura y civilización universal. Hacia un nuevo orden cultural”, de Erasmus Ediciones, compila en 133 páginas diversas teorías sociales que nos ayudarán a entender los fenómenos de la nueva cultura digital en la que estamos inmersos. El libro fue publicado en 2010 en Barcelona tras una ardua tarea de investigación de su escritora, Sonia Valle de Frutos. La obra, que es una continuación de “Cultura y civilización. Un acercamiento desde las ciencias sociales”, se basa en la evolución que hemos experimentado en todos estos años desde la civilización tradicional a la digital en la que nos encontramos actualmente. Todo un manual de consulta para analizar esta evolución en tiempo real. Vamos a desengranar el contenido. 


“Cibercultura y civilización universal. Hacia un nuevo orden cultural” se compone de seis capítulos en los que la autora nos presenta las aportaciones teóricas desde diferentes doctrinas que han tenido como objeto de estudio a las culturas y a las civilizaciones. En el capítulo primero, se hace un recorrido “desde la cultura a la cibercultura”, un hilo conductor indispensable para entender el capítulo dos “desde la civilización a la civilización digital”. Por su parte, en el capítulo tres “desde los procesos de la transculturación”, Sonia Valle de Frutos incide en el concepto de “transculturación”. Precisamente esta transculturación es la que nos permite asimilar el concepto que la escritora propone en el capítulo cuatro “a la cibertransculturación”.

En el capítulo cinco “alcance de la dimensión cultural de la Unión Europea” se nos ofrece una perspectiva histórica de la cultura en el marco de esta comunidad política. Así, se incluyen disertaciones de la Unión Europea con respecto al concepto de cultura, la dimensión cultural y la relación entre culturas. Hay que tener en cuenta que, en la década de los setenta y ochenta del pasado siglo, la Unión Europea comenzó a presentar actuaciones vinculadas con la parte económica y comercial de la cultura hasta que posteriormente, en la década de los noventa, incidió más en otros aspectos, prueba de ello fue la ratificación del Tratado de Maastricht. Por último, en el capítulo seis titulado “alcance de la dimensión cultural en la Organización Educativa, Científica y Cultural de las Naciones Unidas (UNESCO), se trata las tipologías de civilizaciones y, más concretamente, las características de la civilización digital.

Todos los apartados son interesantes aunque el capítulo cuarto se podría considerar el más importante porque se empieza a hablar de un nuevo fenómeno, “la cibertransculturación” que indudablemente hay que asociar a la transculturación, una realidad social cuya evolución y dinámica se ha visto favorecida por las nuevas tecnologías. Esta adquisición de un nuevo código, sin perder el antiguo, es precisamente el que marca el progreso cultural que se ha dado en nuestra época en el cual se ha producido una adaptación recíproca entre civilizaciones.

El libro, que está disponible en papel por 18 euros, incluye un interesante prólogo de cuatro páginas escrito por Adalberto Santana. Este director del Centro de Investigaciones sobre América Latina nos recomienda el libro proponiéndonos un recorrido textual basado en los temas que recogerá la obra. Asimismo, se incorpora una breve introducción de la escritora en la que se sugieren los mapas de reflexión que posteriormente se afrontarán, así como los objetivos que pretende cumplir su texto en los lectores. Se incide por tanto en el nuevo concepto de cibertransculturación que no puede ser obviado por los receptores.

Los capítulos se presentan estructurados de forma cronológica, tanto las ideas como los datos expuestos y las conclusiones se expresan con un orden lógico. Esta disposición facilita la comprensión por parte de los lectores, aunque cuando se incluyen citas en inglés se recomendaría que también fueran traducidas al castellano, lengua materna del texto, para todos aquellos rezagados en los idiomas. De cualquier manera, dicho orden permite el seguimiento de los planteamientos y argumentos que explica la autora a medida que desarrolla los conceptos. Cada nueva parte siempre se inicia con una introducción sobre las cuestiones que posteriormente se tratarán y que aparecen bien definidas y diferenciadas en distintos epígrafes. Sonia nos muestra además un conjunto de fuentes a las que posteriormente añadirá sus reflexiones, complementando las definiciones ya existentes y haciendo el libro más global aún si cabe. Se debe valorar positivamente el estilo de escritura de la periodista y escritora quien, en ningún momento, impone de primeras su propia versión sobre el tema que se está tratando, sino que más bien reflexiona objetivamente sobre él, contribuyendo con su crítica mirada al desarrollo del conocimiento. Finalmente realiza sus aportaciones e invita siempre a los lectores a que sigan recapacitando, con la libertad que les caracteriza, cuando ya conozcan todos los enfoques.

Respecto a la metodología empleada por la autora, se hace uso principalmente de fuentes históricas, sociológicas y antropológicas. El libro se nutre precisamente de todas estas voces que lo configuran, haciéndolo plural y veraz desde el principio para todos aquellos que inician la lectura. La mayoría de las fuentes son sobradamente conocidas en el ámbito de la investigación lo que nos sitúa ante una obra contrastable en la que se incluyen además conclusiones como las de la Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales (Mondiacult) de 1982. Desde las primeras páginas la escritora recurre además a autores clásicos relacionados con el ámbito de la cultura como Ralph Linton, Oswald Spengler, Cee J. Hamelink o Castells. Todos ellos tratarán el tema que nos concierne desde diferentes perspectivas. La autora, seguramente con el ánimo de iniciarse con un marco teórico y contextual, incide tanto en la delimitación del concepto de cultura que quizás esto pueda resultar un tanto abrumador al comienzo de la obra. No obstante, resulta necesario para los lectores el establecimiento de unos parámetros ante un término tan abstracto y difícil de completar por su multidimensionalidad y por su carácter polisémico.

La autora, Sonia Valle de Frutos, está licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y también es Doctora en Estudios Internacionales por la misma institución. Desde el año 1997, y hasta el 2002, Sonia impartió docencia en tres universidades de Dinamarca. También realizó estancias de investigación en Universidades de Argentina y Colombia que seguramente le aportaron una visión más global del mundo en el que vivimos y que queda plasmado en sus escritos. También ha desarrollado su labor como profesora en la Universidad Rey Juan Carlos de Fuenlabrada, dentro del Máster en Periodismo Cultural y Nuevas Tendencias. No cabe duda de que la autora aboga por la cultura, entendiéndola como un elemento de integración que plasma en la obra. De hecho, en el capítulo cinco deja entrever la esperanza porque se asuma, de una vez por todas, el potencial que posee y que sirva como un pilar esencial para el mantenimiento de la Unión Europea.

Muchas veces los lectores tienden a rechazar aquellos libros que son únicamente teóricos, pero esta escritora consigue romper esa barrera y acercarnos con la teoría a la práctica. Los temas tratados nos aproximan a nuestra propia realidad actual, por lo que el abanico de interesados en la obra puede ser muy amplio, en parte también por la sencilla manera en que la autora explica los conceptos. Quizás utiliza frases demasiado largas, que pueden a veces distraer la lectura, o al menos confundir al que la está siguiendo, pero en general la exposición es bastante clara. Hace uso de un lenguaje directo y cercano.  

Dos de los puntos fuertes de la obra son las analogías y diferencias que establece entre los términos que presenta, sobre todo entre la civilización particular y la digital. En ambas se produce un elevado grado de interacciones, aunque en el caso de la civilización digital hay que tener en cuenta que se construye a través de redes horizontales. Por el contrario, se echa en falta un capítulo final dedicado únicamente al establecimiento de unas conclusiones que cierren de manera completa e informal los minuciosos y trabajados planteamientos que se dan cita en el libro.

Resulta muy interesante la inclusión del famoso Informe McBride que refleja los cambios producidos por las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación. Considero que debería haber ahondado más al respecto porque, para numerosos profesionales, el informe refleja una utopía. Tras el atentado producido el 7 de enero de 2015 en la redacción parisina de Charlie Hebdo tiene más alcance que nunca el punto cinco de ese informe que habla justamente de la libertad de prensa e información que en aquel momento no fueron respetadas por los terroristas. Asimismo, tiene un gran valor social el punto seis que defiende la libertad para los periodistas y profesionales de los medios de comunicación, una libertad que, como bien se expresa, debe ser inseparable de la responsabilidad.

También creo que la autora debería haber hecho más hincapié en el impacto que ha supuesto en nuestra era el nacimiento de las redes sociales, sin las que hoy muchos no podemos entender el tránsito de información ni incluso la profesión periodística. Tal y como manifiesta Sonia estas redes han supuesto una revolución comunicativa que es comparada con la que se produjo tras la aparición de la imprenta. Y es que estas nuevas fuentes de información pueden alcanzar una repercusión mayor en la población que la producida por los medios tradicionales. Esto se puede comprobar cada día. Cabe preguntarse aquí la cuestión que la periodista se viene haciendo durante toda la obra: ¿Asistimos a una verdadera revolución digital? Lo que está claro es que en el ciberespacio cada vez son más los que tienen acceso a Internet, consolidado ya como una buena herramienta para la interacción social y para revitalizar la esfera pública.

Merece la pena recomendar esta obra porque es una llamada al multiculturalismo ya que todo pueblo tiene el derecho y el deber de desarrollar su cultura. Entre todos hay que crear y fortalecer los vínculos ya existentes, mejorando el conocimiento que los ciudadanos podamos tener de una cultura que sea distinta de la nuestra. No hay que tener miedo o rechazo hacia lo desconocido, ya que la cultura es el único elemento vital en las relaciones internacionales y necesitamos continuar investigando en este camino inexplorado y novedoso en el que ya nos ha introducido la autora. Asimismo, hay que eliminar la idea preconcebida de relacionar únicamente a la cultura con los aspectos artísticos ya que engloba muchísimo más que eso; es una serie de procesos, sobre todo actualmente, que han creado nuevas formas de comunicación. Ahora, las personas que poseen varias culturas, y que se encuentran en pleno proceso de transculturación, son las que entienden mejor los cambios y los puntos de vista opuestos a los suyos. Por ello, la cultura debe estar siempre presente porque es la única que nos permite medir la evolución de las civilizaciones. Larga vida a la cultura. 

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