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jueves, 27 de mayo de 2021

Crítica: obra “La vida es un romance”

Un espectáculo que enamora, encandila y emociona

RAQUEL MORENO-Dicen que es mucho mejor acudir a un evento sin demasiadas expectativas para que después no te defraude. De primeras el flamenco no es mi fuerte así que no las tuve inicialmente en demasía, pero sí es cierto que algo me hacía presagiar que saldría bastante satisfecha del Teatro Cofidis Alcázar, como así ocurrió el pasado 21 de mayo. La luz que desprende la bailaora María Juncal en “La vida es un romance” llena el escenario desde el minuto uno y te trasmite su pasión por el género. Está acompañada de los cantaores Juan Triviño, Juañares y Saúl Quirós mientras que de la percusión se encarga Lucky Losada, y de la guitarra Oscar Lago, autor también de la música con la colaboración especial de Ricky Rivera. Se podrá disfrutar de esta magnífica pieza llena de magia hasta el próximo 4 de julio.

“La vida es un romance” es una propuesta muy luminosa que desde su estreno en la capital está haciendo las delicias del público. El coreógrafo y bailaor Ángel Rojas dirige este espectáculo que consigue que te embarguen la emoción y la ternura, con una apuesta centrada en la fuerza de María Juncal. Divido en cuatro partes, cada una de ellas gira en torno a una canción de temática romántica. Comenzando con “Canción de la piel sin mácula”, continuando con “Canción del caminante” y “Canción del agua, Guajira de mujer” para acabar con “Canción del Romance”. En algunas, María baila al ritmo, expresando con su cuerpo y sus movimientos lo que las palabras cuentan, de forma gráfica y poderosa. En las otras, a capella y con luz tenue, resaltan al cantante y las bellas letras que las componen.

Una de ellas decía algo así como “El caminante que camina, no sabe lo que busca, si sombra o luz” y es una alegoría de la vida misma y las relaciones amorosas, de la constante lucha interna entre hacer lo correcto o dejarse llevar por el sendero sencillo y confortable pero no adecuado. Bonita me pareció también la comparación en la cantinela del agua, con el símil entre el amor no correspondido y el mar, del que queremos mojar nuestros labios, pero no siempre es fácil con el devenir de las olas y el cambio de las mareas. La juventud, la soledad, el primer adiós, el pasado o el miedo son otras de las materias que se abordan.

Pero, sin duda, los momentos más atractivos del evento se producen cuando María pisa y arrasa el escenario. No solo por su intensidad y energía pura, sino porque además añade claqué a su baile flamenco dejando con la boca abierta y casi sin pestañear hasta al espectador más anodino. Y por si esto fuera poco, la bailaora se cambia de ropa hasta en cuatro ocasiones, cada una de ellas enmarcada en una de las partes de la obra para mayor distinción de estas. Los vestidos aportan un matiz diferente a las secciones, dotándolas de color y sinuosidad, siendo el último el más llamativo para el colofón final. La originalidad y acierto de los ropajes llevan el sello de María Lafuente.

Tanto si se es o no adepto al flamenco el espectáculo no deja indiferente a nadie. Si lo sois probablemente os encante y si no es posible que os lo replanteéis o, al menos, salgáis encandilados. La proyección de María como bailaora flamenca es más que evidente y por sí sola se lleva de calle la función, pero desde luego los músicos y cantaores que le acompañan aportan un plus a la obra, con mención especial desde mi punto de vista personal a Oscar Lago que también quita la respiración con su asombroso control de la guitarra española.

Desde luego puedo asegurar que el tiempo pasa volando, así que recomiendo no pestañear porque os podéis perder uno de los gráciles y rápidos movimientos de María, casi como si no fuera de este mundo. Por suerte para nosotros, la bailaora ha decidido bajar a la tierra por unas semanas y deleitarnos con su don, no os lo penséis mucho o cuando os queráis dar cuenta habrá decidido volver a irse.   

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