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lunes, 13 de marzo de 2017

Reportaje: Susan Brownell Anthony

La sufragista que fue condenada por votar 

VÍCTOR H. OSPINA- En 1868 entró en vigor la Decimocuarta Enmienda a la Constitución de Estados Unidos. Gracias a ella, los esclavos dejaban de serlo, la esclavitud pasaba a ser ilegal en todo el país y se declaraba la igualdad entre las personas. La liberación total de los esclavos se completaría dos años después, cuando el gobierno federal ratificó la Decimoquinta Enmienda. Mediante esta nueva reforma de la Constitución, ningún ciudadano sería privado de su derecho a elegir a sus representantes. Con estas dos enmiendas, Susan Brownell Anthony entendió que las mujeres gozaban de los mismos derechos que los esclavos, incluido el de votar. Concluyó que si las mujeres no podían votar se reducía su voluntad a la del hombre o, lo que es lo mismo, a un estado de esclavitud que era justamente lo que se abolió mediante las Decimocuarta Enmienda.

Con la ley de su parte, a priori, a Anthony le quedaban por cumplir otros requisitos para convertirse en la primera mujer de Estados Unidos en votar: registrarse en su distrito. El día 1 de noviembre se presentó en una barbería de Rochester (Nueva York). Pero los tres inspectores de la mesa electoral no se lo permitieron. Brownell les amenazó. “Si nos niegan nuestros derechos como ciudadanas, presentaré cargos en su contra en el Tribunal Penal y demandaré a cada uno de ustedes personalmente”. Les aseguró que tenía dinero para hacerlo, que contaba con el apoyo del importante abogado Henry R. Selden y que haría todo lo posible para votar, aunque le costara la vida. El intercambio de amenazas y argumentos entre las dos partes duró una hora. Finalmente, pudieron registrarse.

La ley también exigía que los votantes residieran en el mismo distrito, al menos, los treinta días anteriores a las elecciones. Con todo, ya sólo quedaba esperar hasta la fecha de los comicios. El 5 de noviembre de 1872, Susan Brownell Anthony y sus tres hermanas marcaron un antes y un después en la historia de Estados Unidos: se convirtieron en las primeras mujeres en votar. Lo hicieron a las siete de la mañana. No fueron las únicas: otras catorce mujeres lo hicieron en el mismo estado.

En una carta enviada por Anthony a Elizabeth Staton, su compañera de lucha, le detalló los pormenores. Aseguraba que estaba cansada tras los maratonianos días previos a las elecciones, aunque las dificultades encontradas por el camino para votar no habían hecho mella en su espíritu y en las ganas de seguir luchando contra las leyes supremacistas que discriminaban a las mujeres.

Días después de que las mujeres se registraran, el periódico local Rochester daily union and advertiser criticó duramente el acto protagonizado por las sufragistas en la barbería. Mediante su editorial, el periódico aseguró que debían ser procesadas si desafiaban las leyes que impedían votar a las mujeres, de la misma manera que los inspectores que habían accedido a registrar a las activistas. La justicia compartía el criterio del periódico y el 15 de noviembre Susan Brownell Anthony fue detenida. Pero quedó en libertad después de que Henry R. Selden, su abogado, pagara la fianza. Esto le causó una gran indignación. Cuando le preguntó el motivo, Selden le confesó que lo había hecho porque no podía soportar la idea de verla tras las rejas.

El 24 de enero de 1873, un jurado compuesto por veinticuatro hombres le formuló los cargos. La acusó de “votar a sabiendas de que no tenía la capacidad legal para hacerlo violando por tanto las leyes federales”. El juicio quedó fijado para mayo. Así pues, Anthony tendría tres meses para dar a conocer su caso en toda Nueva York, que la llevaría a emprender una campaña a favor del sufragio femenino. Realizó una gira por veintinueve de las ciudades y aldeas del condado de Monroe y veintiuna ciudades del condado de Ontario. “¿Es un crimen que un ciudadano de Estados Unidos vote?” fue el título del discurso que dio durante el recorrido.

“Este gobierno no tiene ningún poder legal que deriva del consentimiento de los gobernados. Para ellas, este gobierno no es una democracia. No es una república. Es una aborrecible aristocracia: una odiosa oligarquía de sexo; la más aborrecible aristocracia alguna vez establecida en la faz de la tierra; una oligarquía de riqueza, en donde los ricos gobiernan a los pobres”. Anthony se presentó allí donde llegaba como una persona que no había cometido ningún crimen, sino como una ciudadana que simplemente había ejercido su derecho a votar. Defendió que si las mujeres eran personas, entonces también eran ciudadanas.

El 17 de mayo a las tres de la tarde empezó el juicio en Nueva York. En su apertura, el juez Hunt declaró que el caso tenía una gran magnitud e interés para la acusada y para todo el mundo. La cuestión a juzgar era si Anthony había actuado de buena fe cuando votó. Su defensa así lo argumentó, y también defendió que no había cometido ningún crimen. En un primer momento, Susan Brownell Anthony estaba satisfecha de haber llevado su caso ante los tribunales. Pero todo se fue complicando. La Corte Suprema hizo una interpretación distinta de la Decimocuarta Enmienda a la Constitución: los negros podían votar, pero las mujeres no.

Una vez que todas las partes terminaron sus alegatos, el juez Hunt le preguntó a Anthony si quería decir algo que no se hubiera dicho durante los dos días que había durado el juicio. “[...] Tengo muchas cosas que decir. Usted ha pisoteado todos los principios vitales de este gobierno. Mis derechos como persona, mis derechos civiles, políticos y judiciales han sido ignorados [...] No me están condenando sólo a mí, sino a todas las personas de mi sexo, que hemos sido juzgadas por esta forma de gobierno”. En ningún momento del juicio Brownell pidió clemencia, sólo deseaba y demandaba todo el rigor de la ley.

El juez le ordenó de inmediato que se sentara y que guardara silencio, pero se negó rotundamente. “No me voy a sentar. No voy a perder la única oportunidad que tengo para hablar”, le replicó. Después de dos días de juicio, el juez la encontró culpable. En su alegato final aseguró que la Decimocuarta Enmienda no daba derecho a una mujer a votar. No aceptó el argumento de la defensa que alegaba la buena fe de la acusada a la hora de votar. Susan Brownell Anthony fue condenada a pagar cien dólares y las costas del juicio. Aseguró que no tenía ese dinero, y que sólo tenía a su nombre el periódico semanal de corte feminista The Revolution, que tenía una deuda de 10.000 dólares. Años más tarde, reconoció que no pagó ninguna multa.

No es demasiado larga la lista de personas que lo largo de la historia ha acumulado un bagaje en el activismo como el que tiene Susan Brownell Anthony en su haber, que tal día como este 13 de marzo cumple el 111 año de su muerte. Su espíritu combativo le viene de cuna: su padre Daniel era abolicionista y su madre Lucy, defensora de los derechos de la mujer. Desde pequeña, aprendió la importancia de la educación de las mujeres y su rol activo en la sociedad, así como el respeto por las libertades civiles y los derechos humanos.

Profesora de formación, la primera causa en la que militó fue en la organización antialcohólica Daughters of Temperance. Enseñó y explicó las consecuencias del alcohol en la salud y en el ámbito familiar. Aunque intentó que se limitara y se prohibiera su producción y venta, la iniciativa fue rechazada porque la mayoría de las 28.000 firmas eran de mujeres y niños. Esta pequeña derrota la fue alejando de la organización. Creía que para que su trabajo tuviera repercusión, las mujeres tenían que participar mediante el voto en los asuntos públicos. En una especie de efecto dominó, conseguiría además que las mujeres dejaran de ser objeto de discriminación, exclusión que Anthony había sufrido en sus propias carnes. A pesar de que en 1848 fue elegida para presidir la división de Daughters of Temperance en Rochester, no pudo dar un discurso “Sons of Temperance” en Albany por ser mujer. Incluso en una organización liberal, las mujeres no se libraban de estar peor consideradas que los hombres.

Su activismo dio un giro cuando el camino de Anthony y el de Elizabeth Cady Stanton se cruzaron. Stanton era una de las líderes del feminismo más influyente y había sido una de las participantes de la primera Convención sobre los Derechos de la Mujer en 1848, que se celebró en la calle Seneca Falls, en Nueva York.

Mientras tomaban té, un grupo de amigas activistas tomó conciencia de que era hora de empezar a actuar debido a la situación de la mujer: no podían votar ni presentarse a elecciones ni asistir a reuniones políticas, y menos aún: afiliarse a organizaciones políticas u ocupar cargos públicos. La reunión fue el pistoletazo de partida del movimiento de la defensa de los derechos de la mujer. Una de las primeras campañas que Stanton y Anthony realizaron conjuntamente consistió en que las mujeres casadas del estado de Nueva York pudieran ser las dueñas de sus inmuebles y tener la custodia de sus hijos tras un divorcio.

En 1866, fundaron la American Equal Rights Association y en 1868 comenzaron a publicar el periódico The Revolution en Rochester. Bajo el lema "los hombres sus derechos y nada más, las mujeres, sus derechos y nada menos", y con el objetivo de una "justicia para todos", cubrieron temas acerca de la política, del movimiento obrero y de las finanzas. Durante cuatro años pusieron sobre todo el foco en los derechos de las mujeres y el voto femenino. Tanto desde las páginas de The Revolution como fuera de ellas, Brownell defendió la jornada laboral de ocho horas tanto en los hombres como en las mujeres. Animó a las mujeres trabajadoras de los oficios de impresión y costura en Nueva York a crear sus propios sindicatos, ya que fueron excluidas de los sindicatos tradicionales por los hombres. Promovió una política de compra de bienes fabricados en Estados Unidos y alentó a la inmigración a reconstruir el sur tras la Guerra de Secesión.

Cuando en 1876 se cumplió el primer centenario de la Declaración de Independencia de Estados Unidos, Staton y Anthony publicaron la Declaración de los Derechos de las Mujeres de Estados Unidos. A pesar de que el país había avanzado rápidamente en algunas libertades como la de expresión, en la libertad de prensa se mostraron muy críticas porque las mujeres no habían alcanzado el mismo estatus que los hombres y seguían siendo privadas de sus derechos. Brownell también hizo campaña por la igualdad de derechos de todos los ciudadanos estadounidenses negros. A pesar de las amenazas que recibía, atacó los linchamientos y los prejuicios raciales. Se enroló en la Sociedad Americana Anti-Esclavitud, organizando reuniones, haciendo discursos, colocando carteles y distribuyendo folletos. Desde la distancia, sus hermanos Daniel y Merritt, en Kansas, siguieron con la labor abolicionista.

Por su condición de profesora, Brownell se implicó en cambiar algunos aspectos de la educación, como poner fin a la segregación por sexos en las aulas, aduciendo que no había diferencias entre los hombres y las mujeres. Respaldó que los hijos de los esclavos pudieran asistir a las escuelas públicas. Su compromiso la llevó a apostar su capital privado para que sus causas salieran adelante. Cuando cumplió setenta años, recaudó 50.000 dólares mediante donaciones para que las mujeres fueran admitidas en la Universidad de Rochester. Como la cantidad no era suficiente, usó la póliza de su seguro de vida para lograrlo. A pesar de las reticencias de la universidad, en 1900 empezó a admitir a mujeres.

El 13 de marzo de 1906, Susan Brownell Anthony falleció de un fallo cardiaco sin que sus aspiraciones se vieran satisfechas totalmente. Tuvieron que pasar catorce años para que, en 1919, se aprobara la 19 Enmienda que reconocía el voto femenino en todo el territorio estadounidense.

“Una mujer no debe depender de la protección de un hombre, sino que debe ser enseñada a protegerse a sí misma”: Susan Brownell Anthony.

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