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jueves, 13 de noviembre de 2014

Crítica obra “No (me) abandones”

En cuerpo y alma
 
 
PAULA OLVERA- El Espacio Labruc acoge cada viernes una nueva función de “No (me) abandones”, una historia sobre la angustia y los problemas de cinco jóvenes artistas atormentados. Esta obra relata las vivencias cruzadas de estos cinco personajes que están conviviendo en un hotel y a los que les une, principalmente, el talento. Los actores protagonistas tienen la misma edad que sus personajes y, bajo la dirección de Juan Jiménez Estepa, crean la atmósfera más propicia para transmitir al público los sentimientos a los que se tienen que enfrentar. Se trata de un guión sin tabúes que escenifica emociones extremas que se tocan sin poder evitarlo. Los espectadores también son partícipes de estos estados de ánimo y se contagiarán de ellos estremeciendo sus corazones según avance la trama.


Nos trasladamos a una sala del Espacio Labruc ubicado en la mítica calle La Palma número 18 de la capital, cercana a la parada de metro de Tribunal. Este espacio es un lugar de creación y de formación escénica donde también se imparten talleres para los más pequeños. Este mes la cartelera es variada, encontrándonos con obras como “Los nadies” o “Una puta mierda” que son, como “No (me) abandones”, títulos muy sugerentes y cuyo precio oscila entre los 9 y 14 euros. El aforo de la sala es reducido, apenas cincuenta personas pueden disfrutar en exclusiva de la historia que los actores quieren transmitir. No obstante, es un espacio bastante amplio para formar parte de las llamadas salas alternativas. Gracias a Juan Jiménez, el director andaluz de la compañía La Teatra, pudimos acudir a ver una de las funciones de “No (me) abandones” que se representa todos los viernes en torno a las 22:30 horas. Juan ha sido el encargado de escribir y dirigir la obra, la cual, sorprende de principio a fin. Llama la atención que él mismo haya querido hacer partícipe al público de su trabajo y el de sus compañeros. Este autor afirma que “quería ver en mis trabajos en escena lo que echaba de menos como espectador”. Creemos que en este caso lo ha conseguido, introduciendo matices que todos podemos esperar de una función de esta categoría.

Desde el comienzo, “No (me) abandones”, pone en situación al público. Un entorno intimista que juega con luces y sombras a su antojo. La escenografía y el vestuario corren a cargo de Paula Pérez que cuida con mimo cada uno de los detalles. El mobiliario es sencillo, pero numeroso ya que las metáforas, que no son pocas, se comprenden mejor con esta característica. La propia sala aporta el ambiente dramático adecuado para representar esta función; no existe cuarta pared, todo ocurre a menos de un metro de distancia, sin ningún tipo de filtro, acercando la escena y dándole ciertos toques de voyeurismo. La tensión ya está creada y la intriga se aloja en las entrañas de los espectadores.

En esta obra, nada convencional, conocemos a Robert, Sarah, Eddie, Leo y Effy, pequeños talentos enérgicos con impulsos un tanto irracionales que deciden mostrar sus habilidades a cambio de alojamiento en un hotel. El arte emana de cada uno de ellos, la pintura, la fotografía, la poesía, la dirección teatral, las artes escénicas… Todas estas manifestaciones artísticas aunadas en un mismo guión. Por ello, cabe destacar que nos hallamos en un contexto de libertad creativa, pero sobre todo emotiva, donde no importa el qué dirán, tan solo disfrutar del momento, del lugar y de las oportunidad que te brinda, o no, la vida.


Muchos autores suelen recurrir a las historias cruzadas entre los personajes. Esta obra, salvando siempre las distancias, nos evoca a "Cosas de tríos". La temática es totalmente diferente, pero en ambas se puede apreciar la conexión clara que existe entre los personajes y la sintonía que tienen con los actores más allá de su papel.  En este caso, cinco personajes se desnudan en cuerpo y alma para contar una historia llena de filos cortantes. Los protagonistas son artistas torturados por sus situaciones vitales, la incomprensión de una sociedad que solo busca el éxito o el dolor por vivencias traumáticas pasadas. Frente a esto, sus ansias de disfrute, de libertad, de amor y de  alegría exagerada como forma de escapar de una vida insatisfecha. Estados de ánimo por los que todos hemos pasado alguna vez y que crean situaciones absurdas, pero a la vez comprensibles. En este sentido, la expresión corporal aporta una importancia capital a lo no dicho, a las miradas y a los gestos que insinúan lo que esconden en su interior.


Los actores, Jorge Marco, Carmen Romero, Daniel Oliva, Julia Olivares y Rafa Muñiz, a pesar de su juventud, desarrollan unos roles equilibrados que no vacilan en ningún momento de la obra. Su edad es clave para transmitir la frescura, vitalidad y naturalidad que precisa el montaje. El hecho de que nos encontremos ante una compañía amateur, lleva a pensar en las numerosas escuelas en las que trabajan alumnos que en un futuro no muy lejano, posiblemente, se convertirán en referentes en el sector cultural de nuestro país. Por ello, deberíamos apoyar más a autores de obras que consiguen despertar en los adolescentes unos sentimientos tan puros hacia el teatro, para que puedan emprender sus proyectos con las mismas facilidades que otros grandes del sector. Además del evidente talento de los protagonistas, se nota que están bien dirigidos. El encargado de ello, como ya se ha comentado, es Juan Jiménez Estepa, a quien también corresponde el texto original. Según afirma el propio director, esta función tomó forma en la propia sala de ensayos, donde comprendió qué le estaba diciendo a la persona que fue y la razón por la que necesitaba hacerlo mediante sus personajes. Se trata de un intérprete y profesor que se ha pasado a la dirección gracias a sus ansias por contar historias y transmitírselas al público. En este montaje en concreto, el autor se ha inspirado en “Éramos unos niños” de Patti Smith, en el hotel Chelsea de Nueva York que se reflejaba en el citado libro No obstante, no nos hallamos ante una adaptación de la obra propiamente dicha. Asimismo, se basa en una canción de Alain Morissette, cuyo significado no desvelaremos para no destripar una de las principales sorpresas de la producción. Y es que, a pesar de que el título supone un preludio de lo que va a suceder en el simbólico escenario, los espectadores se sorprenderán con el contenido final.

El amor, la sensualidad y la sexualidad sin tapujos suponen uno de los puntos de inflexión de este montaje. Se trata de temas que pocos se atreven a llevar a escena de forma tan directa, aunque en su justa medida, insinuando más que mostrando. No obstante, en este caso podemos llegar a debatir sobre una cierta discriminación positiva en el trato que recibe la homosexualidad. El director deja a la libre imaginación de los espectadores varios momentos de lo más tirantes, deseando que culmine la acción. Esto provoca una gran tensión que se adueña de la sala y la ahoga hasta que se llega al instante que en el cine se conoce como anticlímax. Por eso, a pesar de que nos encontramos ante un texto dramático, en él tienen cabida situaciones irrisorias.

Todos los personajes tienen algo en común, sienten una profunda soledad. A pesar de estar rodeados en todo momento por alguien, experimentan una angustia vital más allá de la compañía física que en cierta forma les reconforta. Sin embargo, todos ellos nos hacen ver lo importante que es luchar por los sueños y también lo esencial que es sentirse libre para poder amar en un entorno de libertad. Parece improbable que se dé la situación contraria, pero muchas personas todavía hoy siguen condicionadas al expresar sus sentimientos. Los protagonistas se muestran descontentos con su vida, no se conforman y eso les provoca una vorágine de emociones que les llevan a las últimas consecuencias. Se trata de características propias de diversos artistas de nuestra Historia, la insatisfacción, la incomprensión y el desconsuelo dominaron la vida de Oscar Wilde, Van Gogh o Frida Kahlo. Este montaje no hace más que traer estos sentimientos a nuestro tiempo, demostrando que determinadas sensaciones se pueden dar en cualquier época.

A pesar de que se estrenó hace tan solo un mes, “No (me) abandones” está teniendo una gran acogida por parte del público. Se nota que los actores han pasado muchas horas ensayando para no dejar ningún cabo suelto en su interpretación. En todo momento se aprecia su ilusión, la cual, intentan contener durante la actuación para que todo salga perfecto. Una vez que acaba la función, los intérpretes no dejan de sonreír, están muy contentos con su trabajo y con la aceptación que éste ha tenido por parte de los asistentes, entre los que se encuentran muchas caras conocidas para ellos, familiares y amigos principalmente.

Uno de los retos del director es que la obra dijera algo a cada espectador que la viera y desde luego, lo ha conseguido con creces. “No (me) abandones” es un trabajo para vivirlo desde las profundidades del cuerpo, para sentirlo y llevarlo al terreno más personal. Los que acudáis a verlo mantened la mente abierta y dejad los prejuicios en casa.

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