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miércoles, 22 de octubre de 2014

Crónica: exposición fotográfica de Miguel Trillo e Hiroh Kikai


La vida secreta de las miradas


PAULA OLVERA/AURORA SALVO – El centro social autogestionado “La Tabacalera” expone gratuitamente, hasta el próximo 19 de noviembre, fotografías del autor español Miguel Trillo y también del japonés Hiroh Kikai. En las paredes de esta antigua fábrica de tabacos del madrileño barrio de Lavapiés podremos observar los diferentes estilos de vida y las distintas modas que se han sucedido en países como Estados Unidos, Vietnam, Madrid o Japón. Muchas de estas instantáneas están fechadas hace pocos años, pero otras en los ochenta o incluso son anteriores por lo que sorprende que, a pesar de vivir en un mundo globalizado y en constante cambio, determinadas modas se hayan transmitido de generación en generación. Si os consideráis amantes de la fotografía y disfrutáis con los retratos que transmiten mucho más de lo que parece, sin duda, ésta es vuestra exposición.


Arte en las paredes. Esto es lo que podemos encontrar hasta finales de noviembre en “La Tabacalera”, una antigua fábrica de tabacos ubicada en el madrileño barrio de Lavapiés y que actualmente se concibe como un auténtico espacio cultural. A través de dos exposiciones fotográficas de dos autores de diferente nacionalidad, descubrimos las transformaciones que han sufrido las sociedades. Así, en una de ellas, se capta las tendencias juveniles y, en definitiva, la cultura urbana, tan imperante en los tiempos que corren.
 

Por un lado, nos topamos con la exposición fotográfica “Afluencias. Costa Este-Costa Oeste” de Miguel Trillo en la que se aprecian dos series de instantáneas, las primeras en blanco y negro y las segundas en color que aportan otras sensaciones, aunque todas ellas son parte de una misma visión del autor. Esta exposición está compuesta de una serie de retratos de diferentes partes del mundo. Sin embargo, todos tienen algo en común: son distintas a lo que tiende a aprobar la sociedad de su época y, en la mayoría de los casos, miran directamente al objetivo de la cámara que pretende inmortalizar su alma. Trillo consigue captar en esencia la revolución social que tuvo lugar en los años 80.  A través de personajes desconocidos, nos adentramos en aquellos tiempos en los que Madrid sufrió una transformación que afectaría a las generaciones venideras.

Esta muestra fotográfica a su vez se divide en cuatro, aunque, como ya se ha explicado, todas tienen puntos en común. La primera ofrece una colección compuesta de fotografías en blanco y negro de la España de los años 80 y principios de los 90, realizada en diversos rincones de la Comunidad de Madrid. Estos retratos dicen mucho más de lo que a simple vista pueda parecer. Desesperanza, descontento, inconformismo, pero sobre todo ganas de cambiar el mundo es lo que se aprecia en cada uno de los rostros de los fotografiados. Todos ellos coinciden en el ansia por querer ser diferentes, por marcar tendencia, por crear estilo. Y por representar de una forma distinta a la sociedad. Así, algunos expresan el desenfado y la rebeldía, mientras que otros transmiten un desafío que enmascara la vulnerabilidad ante la desesperanza o la soledad que habitan en su alma y que están pidiendo ayuda a gritos.

La mayoría de ellos son proclives al género gótico, al heavy rock y al hip hop. Se observa un vestuario atípico y estrafalario, con peinados rebeldes y escasa ropa. En otra indumentaria de “tipos duros” no podían faltar los tatuajes, los “piercing”, las gafas para (posiblemente) ocultar la identidad, los collares de oro o las gorras. Asimismo, muchos de estos protagonistas tienen una estética punk, por ello, mientras se contemplan es inevitable que en la cabeza de los visitantes suene, a modo de banda sonora interior, alguna canción de “The Clash” como “Should I stay or should I go” o la mítica “Guns of Brixton”.



El autor hace uso de distintos planos y diversas técnicas para otorgar más importancia a unos personajes que a otros, llegando incluso a captar siluetas cuyos rostros son imposibles de reconocer porque están en movimiento. Una de las instantáneas que más llama la atención es la de un joven, seguramente perteneciente al mundo de las bandas callejeras, que sostiene un puñal junto a su pecho. Sin duda, es una imagen agresiva e impactante. No obstante, nos encontramos con otras más divertidas, ya que los 80 si por algo destacaron fue por las juergas, en las que tenían cabida las drogas, el sexo y la música. Los conciertos suponían el inicio de unas noches de locura, en las que se muestran momentos de exaltación de la amistad y también del amor y en consecuencia de los besos apasionados. Por tanto, como no podía ser de otra manera, el deseo y la ternura también están presentes.





El resto de partes de la obra del autor pertenecen a distintas zonas del mundo: Estados Unidos, Vietnam y Marruecos. De repente, los visitantes se trasladan de los barrios de Vallecas o Atocha a los actuales Estados Unidos, la primera potencia del mundo. En concreto, se aprecia que el estilo de vida de los norteamericanos caló hondo más allá de sus fronteras y se asignó en otros países cuyos personajes también son fotografiados. El colorido de los cuadros y los lunares en la ropa se impone en Nueva York, capital de la moda por excelencia, mientras que en Los Ángeles el estilo surfero es el que toma las riendas. El panorama cultural estadounidense es variado y, actualmente, la tendencia sigue al estilo. Asimismo, se visualiza la pasión por deportes como el baloncesto o el “skateboarding”. Todo ello configura la cultura urbana.


El grupo de instantáneas de Casablanca (Marruecos), a pesar de ser bastante actual, nos muestra estilos más punk y hippies. También difieren los grupos musicales que allí se escuchan. Así, “Metallica” o los “Ramones” se convierten en verdaderos iconos de su cultura que llegan a aparecer incluso estampados en sus camisetas. Sorprende mucho la perspectiva que se ofrece del país árabe compuesta por estas personas de estética punk, así como otras con vestimentas muy occidentales, alejando los prejuicios que se puedan tener del supuesto radicalismo de esta nación. La imagen que se tiene desde occidente del mundo árabe resulta estereotipada y basada en imágenes que nuestra sociedad ha creado, pero que no se tiene por qué corresponder con la realidad en un sentido estricto. Este autor invita a ver más allá de las representaciones mentales que tenemos encasilladas en nuestro pensamiento, a abrir fronteras y dejarnos seducir por mundos que no son tan diferentes al nuestro. Las modas existen en cada rincón en mayor o menor medida; obviamente si no se tienen cubiertas las necesidades vitales mínimas es un aspecto muy secundario, pero siempre están presentes. Por lo que con esta perspectiva puede parecer un tanto disparatado pensar que ciertas tendencias no consigan llegar a lugares que culturalmente resulten alejados. Vivimos en un mundo globalizado en prácticamente todos los aspectos y gracias a Internet las fronteras cada vez son más finas.



Por otro lado, se exponen las fotografías del japonés Hiroh Kikai aunadas bajo el título “Retratos de Asakusa”. En esta ocasión, como ya adelanta su nombre, se muestran fotografías en blanco y negro de personas comunes de este distrito de Tokio (Japón). Este autor, diferente en técnica y estilo al anterior, retrata a numerosos personajes, gente aparentemente humilde, pero que tiene algo qué contar. En todas ellas se transmite una historia sencilla, pero repleta de significado. De hecho, a juzgar por los títulos de las obras parece que el autor ha mantenido una fluida conversación con cada uno de los fotografiados. El japonés se permite el lujo de realizar una sátira de la sociedad, mostrándonos de forma divertida a estos protagonistas, cuanto menos peculiares. Utilizando su sentido del humor y haciendo uso de la gracia en cada título y en cada impresión, consigue sacar una sonrisa a los visitantes, haciéndoles ver que cualquiera es susceptible de ser fotografiado. Kikai también juega con el paso del tiempo, de hecho, una de las instantáneas más sorprendentes está dividida en dos, un mismo hombre fotografiado en dos épocas distintas. De esta manera, el autor demuestra que es posible engañar con las palabras, pero no con las imágenes.


En las obras de este japonés se pueden apreciar desde un hombre que afirmaba no tener dinero para comprar un billete de transporte u otro que solía salir de extra en las películas de samuráis hasta una “simple” ama de casa. Asimismo, una mujer que decía que podía rastrear a su familia hasta mil años atrás o un varón maltratado por ser diferente. Todas ellas expresan melancolía y añoranza por aquello vivido, por esos momentos que parecen cotidianos, pero que construyen nuestra vida, nuestra personalidad y lo que, al fin y al cabo, somos. Cada ser humano tiene una historia encerrada en su corazón, sólo hace falta mirar con esos mismos ojos. 
El autor, nacido en 1945, se pregunta acerca de “¿qué significa ser humano?”, una cuestión que refleja muy bien su obra gracias a su sencillez, aunque Kikai afirme que no tiene la respuesta. Según lo que transmite la exposición, ser humano conlleva una historia, vivencias, emociones, disfrutar y compartir con los demás aquello que sabemos o que nos ha ocurrido, aunque parezca insignificante y ningún periódico lo publicaría. Los relatos, muy pequeños, de estas personas no serían un best seller, pero transmiten mucho más que algunas de las grandes ventas de la Literatura. Tiene el don de mirar más allá y sobre todo de hacer que el público que visualiza estas fotografías comparta con él ese talento. Un talento captado, según el japonés, porque “apretar el disparador es como comenzar un combate de sumo: observo al sujeto de cerca y después tengo que hacer el movimiento decisivo”.



Este hombre ha llegado a “atrapar” con su cámara a más de 600 personas. En parte, consiguió lograr su sueño gracias a la ayuda de uno de sus profesores de Filosofía que le proporcionó el capital para comprar una cámara apropiada para su labor. Desde entonces, su trabajo aporta un mensaje universal y que cualquiera puede entender. En ocasiones, el destino se decide por estos pequeños empujones que recibes por la buena voluntad de las personas que están a tu alrededor. Como le dijo su maestro, “las cosas siempre ocurren por impulsos, eso es lo único que hace falta para empezar”. Una gran enseñanza que hace reflexionar acerca de las oportunidades que dejamos pasar por pensar demasiado o por creer que no es lo políticamente correcto. Si te apasiona, merece la pena.



Ambas exposiciones son totalmente recomendables así como el espacio que las alberga que nos sirve en bandeja de plata la cultura. Conviene recapacitar sobre estas imágenes tan contestatarias que expresan la utopía de un mundo mejor en el que convivir todos regido por el símbolo de la paz de los “graffitis” de aquella época y por las historias cotidianas de la gente de a pie.

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