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martes, 21 de enero de 2014

Crítica: obra “La Llamada”

“Lo hacemos y ya vemos”


PAULA OLVERA- “La Llamada”, escrita y dirigida por Javier Calvo y Javier Ambrossi, ha eclipsado el madrileño Teatro Lara. La obra, que se  estrenó en el escenario principal de dicho teatro en octubre de 2013, continua en cartel hasta final de mes dispuesta a hacer pasar un buen rato a todos los espectadores. Una mezcla de puro teatro y música de diversos estilos, en definitiva, un musical nada convencional. El público aguarda en las puertas del teatro, ansioso por que empiece el espectáculo en este conocido teatro de la capital. La banda y dos de las actrices aguardan en el escenario, sin moverse, esperando la señal que de comienzo a la obra. Todo está dispuesto: la escenografía, la iluminación, el vestuario… se nota que es un trabajo de equipo.

De repente, una voz mágica, la de Richard Collins-Moore, da comienzo a una de las obras más divertidas de los últimos tiempos. La famosa canción que Whitney Houston versionó, “I Will Always Love You”, en la película “El Guardaespaldas” (la original es de Dolly Parton) pone los pelos de punta a los asistentes gracias a la interpretación de un Dios muy diferente al que todos hubiéramos podido imaginar. Éste consigue entonar de una forma casi celestial y encandilar con su interpretación musical a todos los asistentes que no pueden más que quedarse casi hipnotizados ante este sonido divino. Los temas de Houston que se pueden escuchar en la obra son muy conocidos por el gran público lo que facilita que los espectadores estén metidos en todo momento en la escena.

La trama gira en torno a cuatro personajes que a lo largo de la obra consiguen destapar sus sentimientos y buscar su verdadera identidad. Está ambientada en un campamento de verano cristiano, La Brújula, que se encuentra en decadencia. Y es que las monjas cada vez entienden menos a las adolescentes, las actividades que ellas realizan basadas en la oración no interesan lo más mínimo a las jóvenes. No obstante, descubrimos a unas monjas peculiares, Bernarda y Milagros, interpretadas por las actrices Gracia Olayo y Belén Cuesta. La primera huye de la típica imagen de madre superiora que se dedica únicamente a dar órdenes e intenta acercarse a sus pupilas a través de una música un poco alejada del gusto de las protagonistas. Por su parte, Milagros, es uno de los personajes con más matices, una monja inocente, que anhela un pasado que ella misma decidió cambiar. El guion es exquisito ya que trata el tema de la religión, sin ánimo de ofender a nadie, y con un impecable tono divertido, algo difícil de conseguir en una interpretación.

El papel principal es asignado a Macarena García, hermana de uno de los directores, conocida por su interpretación en la película “Blancanieves” de Pablo Berger por la que recibió un Goya a Mejor Actriz Revelación en el 2013. Esta protagonista, María, recibe la llamada de Dios y junto a su inseparable amiga Susana (interpretada por la actriz Anna Castillo) provocan continuas risas en el público, por su manera de afrontar los problemas y de ver la vida. Al principio se muestra a una jóvenes de diecisiete años inmersas en la propia adolescencia, preocupadas únicamente por recibir mensajes de whatsapp de chicos e ir a conciertos, pero, poco a poco, el público observará un cambio asombroso en ellas. Un giro gradual, pero evidente en sus personajes que se muestra justificado en el marco de la situación que rodea a las protagonistas. Las actrices tienen que cambiar continuamente de registro a través del diálogo y el musical a la vez que se mueven por todo el teatro, lo que requiere un alto nivel de concentración y desgaste físico. 

La sorpresa es una de las bazas principales de esta función. Puede que los espectadores conozcan el argumento de la obra, pero no saben exactamente lo que se van a encontrar. Se trata de un espectáculo de música e imagen que impacta tanto al oído como a la vista. Un show con todas las letras en el que un ambiente festivo domina el conjunto de la escena sin dejar opción a los asistentes que, inevitablemente, se contagian por esta explosión de diversión.

No existe un momento de tregua. El humor está presente en toda la escena a través de unos tintes cómicos muy bien encajados en la trama que huyen de la gracia fácil y forzada para conseguir las risas sinceras del público. Las situaciones disparatadas, pero a la vez reconocibles, se encuentran en una escena que en ningún momento baja de intensidad sino que mantiene un ritmo muy animado y una constante adictiva hasta culminar en una vitalista explosión final de energía.

La música tiene una importancia vital en toda la trama. Las jóvenes conforman un grupo, llamado “Suma Latina”, cuya filosofía desenfadada conseguirá envolver al resto de los protagonistas e incluso al público, “Lo hacemos y ya vemos”. Su música, centrada en el reggaeton, el electro-latino y próxima a temas como “Mi reina” de Henry Méndez o las canciones de Juan Magan, no será la única que escucharán los espectadores durante el espectáculo. Así, se combinará con la religiosa y la de la propia banda que permanece durante toda la obra en el escenario, formada entre otros, por Sergio Rojas, miembro del grupo Particulares, cuyo solo de guitarra es digno de mención. Batería, guitarra, teclado y bajo, todos estos instrumentos acompañan un musical que nos hará descubrir, tal y como expresa una de las protagonistas, que “la música hace milagros”. 

Este espectáculo está acompañado además por coreografías muy divertidas que hacen que el espectador se sienta parte de “la llamada”, ya que los protagonistas actúan a menudo en el patio de butacas que se funde con el escenario hasta convertirse en un todo para asombro de los asistentes. Puede que las voces no sean las mejores que el público haya escuchado pero, desde luego, la interpretación es muy cuidada y sencilla, lo que transmite una cercanía que deja a los espectadores con muy buen sabor de boca.

Los dos jóvenes directores han conseguido de forma espléndida regalar al público un montaje diferente y fresco cargado de positividad y sobre todo mucha música. Pocos son los que se mantienen quietos en el asiento durante toda la obra, resulta casi imposible no contagiarse de ese entorno tan alegre y participar en él a través de las palmas o incluso el baile.

Finalmente, la gente se pone en pie y los aplausos hacen vibrar cada una de las butacas del teatro. El público está muy satisfecho. Los protagonistas y el resto del equipo han conseguido llegar a los asistentes, hacerles disfrutar durante casi dos horas. La cercanía sigue patente una vez finalizado el espectáculo, cuando las actrices acceden a firmar el libro de la obra a la entrada del teatro a todo aquel que se lo pide. La sensación con la que los espectadores se marchan después de la función está inspirada casi en un “éxtasis divino” que incita a continuar la fiesta en la animada noche madrileña. 

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